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Crónica “Las Caras de Buendía”

Nos vamos de excursión, esta vez a las Caras de Buendía.

Salimos de Alcalá y en hora y media, más o menos, estamos en Buendía. Nada más llegar al pueblo paramos a desayunar y, ya con las fuerzas repuestas, volvemos al autobús para recorrer cuatro kilómetros por una pista de tierra que nos lleva entre tierras de labranza a la entrada del paraje de Las Caras. Antes de entrar, el guía nos da una explicación de lo que vamos a ver: nos cuenta que el paraje está formado por pinares y rocas  areniscas, nos comenta que hay dieciocho esculturas, de uno a ocho metros de altura, que tienen, sobre todo, un carácter místico. Estas esculturas se han ido haciendo desde 1992 por Jorge Maldonado y Eulogio Reguillo. Este último aún sigue trabajando y nos anuncia que, al final de la visita, nos mostrará la obra que en la actualidad está realizando el escultor.

Y ya, sin más preámbulos, comenzamos nuestra ruta de andarismo; vamos caminando entre pinos y, de cuando en cuando, surge una escultura que el guía nos va explicando. Hace un día esplendido y el camino está salpicado de plantas de romero, salvia y tomillo. Continuamos nuestro paseo  mientras nos contemplan las caras de Krishna, Maitreya, Artajuna o, las más cercanas a nosotros, como la Monja o Chemary. Hay (nos comenta el guía) más autores, de los anteriormente mencionados, que se han animado a expresar su arte y nos invita a que los localicemos y distingamos de los autores homologados.

Visitamos, también, una tumba esculpida en la piedra que data de tiempos visigodos  y una pequeña oquedad en la roca que fue utilizada para celebrar algún culto y, posteriormente, como refugio de pastores.

Por último, el guía nos señala unos mojones que indican hasta dónde llegaba el agua del pantano y que hoy vemos rodeados de pinares. El terreno desde donde están estas señales va descendiendo y allí a lo lejos,  al fondo, se adivina el embalse.

Terminamos nuestra ruta de Las Caras y, de nuevo, volvemos al pueblo donde nos aguarda un buen yantar para continuar, ya en la tarde, con la visita a Buendía. De nuevo, Alberto (nuestro guía en esta ruta) nos va enseñando el pueblo y vamos callejeando hasta llegar a la plaza y a la inmensa iglesia, un edificio de mil metros cuadrados cuya silueta resulta visible  desde cualquier punto que se mire. Es de los siglos XV y XVI; tiene dos portadas estilo herreriano y, en el interior, tiene tres naves de estilo gótico con haces de nervios en forma de palmera. La iglesia está bastante deteriorada y es que, mantener un edificio de esa magnitud en un pueblo con trescientos habitantes, debe ser complicado. Entre maderos por el suelo y baldosas combadas, el guía nos enseña los esqueletos que estaban enterrados en el suelo de la iglesia y que llevan tiempo esperando un destino que nunca llega (los pobres, que se enterrarían en la iglesia pensando que estarían los primeros a la hora de los beneficios celestiales…).

Salimos de la iglesia a la tarde soleada esperando a los compañeros que han subido a la torre, desde donde se domina un ingente paisaje; mientras, en la fachada de la iglesia, en una esquela colgada, están los nombres de los caídos en el bando nacional de la guerra civil. No vemos ningún otro cartel que indique los caídos del otro bando y nada dice si los hubo siquiera. ¡Ay, de los perdedores! Que ni ley, ni memoria, ni historia de ellos queda.

Enfrente de la iglesia, cerrando la plaza por el otro extremo, está el Ayuntamiento. Continuamos nuestra visita y nos dirigimos  a la botica de la señorita Asunción y, allí, entre frascos, probetas, libros de recetas y fotografías desvaídas, encontramos el retrato de la Srta. Asunción, bastante seria y feíta ella, pero con una cintura de avispa que necesitaría de un batallón de ayudantes  para ajustarle el corsé.

Ahora entramos en una construcción del siglo XV, el Pósito, que era el lugar donde se almacenaba el grano y se pagaba el diezmo o la tercia. Hoy en día, se encuentran allí, el museo del carro y la biblioteca pública, que nos sorprende por lo grande, dinámica y bien provista que está; se ve un lugar vivo y activo. Salimos por una puerta para entrar por otra al museo del carro y, allí, vemos una esplendida colección de carruajes de labor y de paseo que el Ayuntamiento ha ido consiguiendo, o bien comprados, o a través de donaciones. Pasamos a oír los nombres que tantas veces hemos leído y oído y, ahora, identificamos físicamente: la tartana, la calesa, la diligencia, la galera, el carro de varas… Y artilugios como el freno de manivela, las ballestas, la zapata o el zoquete y el estribo o el pescante, palabras que nos retrotraen a un tiempo muy lejano o a las lecturas. Volvemos a nuestro siglo y terminamos de callejear delante de un estanque que fue lavadero. Allí desaguaba un manantial de los varios que tenia el pueblo, hoy prácticamente secos; no se sabe si por la sequía o por la represa de las aguas, el caso es que el pueblo ve el agua a sus puertas pero no tiene acceso a ella. Preguntamos por unas cuevas que divisamos enfrente y nos dice Alberto que en su día eran bodegas pero que, después del anegamiento de tierras, se dejó de cultivar la viña y, ahora, son casas para las peñas en fiestas. Nos dirigimos, por último, a la presa. La obra faraónica y los números de toneladas de hormigón, de tierras anegadas,  de capacidad de la presa, nos bailan un poco en la cabeza. El caso es que, hoy, se ve bastante baja de agua y los accesos un poco abandonados.

El guía se despide de nosotros hablándonos del pueblo y nos cuenta que, en su día, la fuente de ingresos principal era la agricultura y, hoy, es el turismo, que son unos trescientos habitantes aunque llegó a tener cerca del millar, que les visitan, sobre todo, los valencianos y también chinos (lo que nos deja perplejos), sin saber qué le puede llamar la atención a un chino de la comarca de la Alcarria: ¿Las esculturas de Las Caras que en su tierra, por lo visto, son muy comunes?

Terminadas las explicaciones y admirada la obra de la naturaleza y la humana, volvemos a Alcalá, después de pasar un muy agradable día.

Mary Poisson.

Desde AUDEMA te damos las gracias por tu bonita y extensa crónica Mary Poisson