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27/10/2016¡VENIMOS DE CUENCA!
Se presentaba el día bastante gris y coincidiendo con las previsiones meteorológicas tuvimos un viaje hasta llegar a Cuenca bastante húmedo y poco alentador, pero al llegar, aunque nublado, no hacia frio y en lo más alto de los riscos que rodean la ciudad de Cuenca, a 1038 metros de altitud, disfrutamos de las primeras vistas de la encantadora ciudad que nos estaba esperando. Desde allí se contemplaba la distinguida estampa del convento de San Pablo, hoy parador de turismo.
Cuenca es pequeña, manejable, sus cincuenta y tantos mil habitantes, pese a ser pocos, parece que se esconden en la parte moderna de la ciudad, mientras que en al casco antiguo apenas un puñado de turistas y, nosotros, nos dejábamos ver. Bajábamos desde lo más alto andando cuando empezó la lluvia. Una lluvia fina y muy esperada con la que se volverá a ver agua en el cauce del rio Huécar, ahora seco, que junto con el Júcar, que mantiene algo de agua, circunvalan la ciudad.
Con la lluvia, Cuenca aparecía limpia y brillante. Pudimos reconocer los restos de la antigua muralla y del castillo, antiguos palacios, reconvertidos en organismos públicos, iglesias y edificios que habían brillado más otros tiempos. De vez en cuando, Pablo, nuestro simpático y guasón guía, reclamaba nuestra atención haciéndonos preguntas sobre historia, arquitectura o medio ambiente, que como universitarios listos que somos, le íbamos respondiendo y consiguiendo los consiguientes puntos que regalaba.
Atravesamos calles estrechas, vimos cómo se estaban rehabilitando casas a punto de caerse y también vimos cómo otras lucían ya un aspecto completamente renovado. Andando bajo la ligera lluvia, llegamos a la Plaza Mayor donde nos esperaba la Catedral. Se construyó entre los siglos XII y XIII, debería haber sido románica pero la casualidad quiso que el Rey y conquistador de Cuenca, Alfonso VIII de Castilla en el año 1177, estuviera casado con Leonor de Plantagenet (hija de Leonor de Aquitania y hermana de Ricardo Corazón de León), que se había criado en Normandía y había asistido al nacimiento del gótico en Europa. La reina quiso que la nueva catedral fuera una de las primeras góticas de España junto con la de Ávila. Visitamos el museo cardenalicio donde encontramos dos cuadros de El Greco y unos cuantos tesoros recogidos de las iglesias románicas de los pueblos de la provincia de Cuenca, antes de que arramplaran con ellos los usurpadores de los ajeno. Retablos, preciosas vírgenes románicas, campanas, todo recogido ‘in extremis’ por el obispado, en muchos casos, con la oposición de los habitantes de los pueblos en los que se encontraban.
A la salida y muy cerca de allí está al museo de Arte Abstracto de Cuenca. ¡Qué contraste de belleza! ¡ Qué forma tan diferente de ver la realidad con el paso de unos pocos siglos! El famosísimo museo de Arte Abstracto de Cuenca fue creado en los últimos años sesenta por Fernando Zóbel, perteneciente al grupo de pintores que se autodenominaban ‘El Paso’. Por sugerencia del también pintor Gustavo Torner, oriundo de Cuenca, compraron una de las casas colgadas que estaba a punto de caerse, la habilitaron y cada uno de los pintores de este grupo decidió dónde y cómo se deberían ver cada una de sus obras. Y tenían razón. A mí personalmente me gustó. Por fin pude ver en directo a la famosa Brigitte Bardot de Antonio Saura, que siempre nos mostraba nuestro profesor Javier Blanco en diapositiva. Vimos cuadros de Tapies, Millares, Gerardo Rueda y otros. Lo que no hay es tienda. Si quieres comprar una reproducción de alguno de los cuadros que allí se exhibe, tienes que ir a la Fundación March, a quien Zóbel donó el museo en 1980.
Nos fuimos a comer y a la salida… ¡Oh, Sorpresa! Había aparecido el sol, lo que nos permitió pasear y disfrutar de la belleza de una pequeña ciudad castellana y de un otoño incipiente que promete unos enormes placeres para la vista.
Serpentina, 20 de Octubre de 2016
Gracias Serpentina por tu bonita crónica.
AUDEMA